Estaba de pie sobre la orilla del Lago Michigan y observaba las negras aguas. A sus espaldas, Chicago se mecía y tambaleaba; era sábado por la noche, y en todas las universidades se estaban divirtiendo.
Esta no era la primera orilla en la que había estado de pie, ni la primera masa de agua que había mirado fijamente. Indudablemente no era la primera tarde que había pasado yendo de un lado a otro de la playa después de comer, ni la primera gran ciudad que había visitado. Siempre una visitante, nunca una residente.
Una cosa seguía siendo la misma, por supuesto: estaba oscuro. El alba llegaría pronto - podía sentir el sol, su enemigo, saliendo sobre el horizonte. Tendría que marcharse pronto.
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